las cosas que aprendí este año (parte 3 y final)
- The Conniest
- 23 dic 2020
- 4 Min. de lectura
Las veces que se me murieron las plantas y flores, fue básicamente porque no estuve en el depa y no pude darme cuenta si les faltaba agua, o sobraba sol, se me secaron varias, pero la vez que me di cuenta de esa despreocupación y la hice consciente en mi, y fue cuando compare la dedicación que necesitan ellas y uno mismo, no solo de necesidades vitales para mantener la vida y la salud, sino que también de las necesidades emocionales.
Cuando empecé a tener estos enrojecimientos de esclera, además de darme lata por lo estético no le di gran importancia, salvo cuando me empezó a doler; con el tiempo, aumentó su frecuencia y duración, hasta la extensión del mismo enrojecimiento me hizo consultar a un oftalmólogo que no era experto y que me derivó con un reumatólogo, en fin, llegué a uno que se supone que era excelente y no fue mucho lo que me tomo en atención, con el tiempo continue con mis hábitos nocivos inconscientemente, no me estaba cuidado: fumaba, dormía mal, exigía demasiado, creía que era necesario entregar mucho de mi para ser valorada, querida y aceptada. Un día fui a turno con el ojo todo rojo, del trabajo pedí permiso y fui a evaluación con una doctora de especialidad reumatología, que hasta el día de hoy, agradezco en el alma haberla conocido, confío plenamente en su juicio médico y la terapia que me ajustó me tiene bastante compensada. Al inicio la terapia farmacológica fue muy dura, implicó uso de corticoides y metotrexato, la mezcla es malísima, te hinchas y se te cae el pelo, yo vivi todo eso hasta que un día conocí en un operativo médico por la fundación que como voluntaria participé, a otra doctora y ella me dio la solución, también era reumatóloga y me mencionó el uso de imuran en pacientes con este mismo cuadro, cuando lo oí me brillaron los ojitos porque ya el tema del pelo se estaba volviendo un problema en mi autoestima, así rápidamente tomé hora con mis especialistas y en noviembre 2019 cambié de terapia; ya llevo 1 año desde el cambio de tratamiento y mi pelo volvió a ser el de antes, incluso yo diría que mucho mejor, porque cuando tuve pelo, nunca supe como sacarme partido con mi tipo de cabello, de hecho no me gustaba, me sentía acomplejada por que yo veía una imagen desordenada, etc; dicen que cuando uno pierde lo que ha tenido, recién es capaz de valorarlo, y que cierto! porque cuando comenzó a crecerme el pelo, estaba como estropajo y lleno de nubes de pelos nuevos, me sentía rara y literalmente fea, un día manifeste que mi pelo era hermoso, y recordé el experimento del agua, que cuando se dicen palabras de mejor frecuencia vibracional forma ondas más lindas a cuando se cambian por palabras de baja frecuencia vibracional, eso pensé y con el tiempo comencé a cuidarme el pelo de diferente manera, dejé de lado productos de calor como secador y planchas y comencé a leer información que me enseñara a cuidar mis rizos, optar por productos sin parabenos ni sulfatos, masajes, y fundamental, no más productos fuertes, en mi dieta agregué frutos secos y fruta. Así, ya pasado 1 año tengo pelo nuevo que me llega hasta los hombros, con ondas muy formadas, me hago masajes con una máscara de hidratación 2 veces por semana y estoy feliz. El pelo es parte de un todo. Para quienes nunca lo hayan perdido, encontraran que todo lo que cuento es superfluo porque hay cosas más importantes, como perder un brazo, etc, la verdad es que falta ponerse en el lugar del otro para dimensionar la pérdida. Y así con todo. Muchas veces no somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos, aún así nadie es juez para determinar que el dolor o la pérdida que experimenta cada persona
Sobre el pelo, quisiera recomendar unos productos que estoy usando y me han servido mucho porque BBB: Mascarilla de reparación profunda "Macadamia Oil" de Hair Chemist Limited ($14.990, Sally Beauty), Ever Curl Shampoo Coconut Oil de L'Oréal ($7.000, Jumbo) y Intense Smoothing Conditioner de Biotera ($12.990, Sally Beauty)

Parte de un todo es reconocer las emociones, pero que difícil es reconocerla cuando no han sido permitidas desde la infancia, muchas de ellas incluso reprimidas, por considerarse incorrectas, la sociedad en ello juega un papel fundamental con sus constructos, ya que en algunas familias, se enseña que las mujeres no deben tener rabia ante la injusticia o frustración, siendo acumulativa llegando hasta el daño físico. Parte de mi aprendizaje ha sido el tremendo trabajo en identificar las emociones y como las siente mi cuerpo.
Pensemos en las energías, energéticamente sentimos rechazo, confusión o aceptación de alguna persona o situación; y en ese aspecto la sensación que más he percibido ha sido la rabia. Puede sonar evidente que como buena ariana, era lógico porque el estereotipo de todo aries es la rabia, lo conflictivo, la pelea, el fuego, pero lejos del lienzo con el que pintan a la persona con el sol en aries, es real que sentirla y no expresarla es muy dañino para la salud y para los terceros. Cuando una situación es violenta, injusta, ofensiva, humillante, abusiva, etc y no somos capaces de establecer el límite que cuide nuestra integridad emocional, en el interior de quien lo vive, nace una indefensión al creer que eso es así porque hay que aceptarlo y punto o una rabia que incendia los órganos por dentro pero que no es capaz de salir, cual volcán. Cuando somos capaces de reconocer la emoción y expresarla, tenemos la oportunidad de actuar y comunicar de forma asertiva, pero todo lo contrario ocurre cuando no nos permitimos ciertas emociones como esa, que son socialmente menos aceptadas.
Lentamente se construye y con harta compasión hacia uno mismo, la historia de la aceptación, que tantas veces escuchamos. Podemos aceptar nuestras sombras cuando nos damos cuenta de que también estamos construidos por lo que no es presentable de buenas a primeras, y es esa vulnerabilidad la que nos permite relacionarnos (mejor).
Con todo mi cariño para los niñxs interiores de cada uno, que pequeñitos nos están mirando con orgullo en sus ojitos, por la persona adulta que día a día se hace cargo de sus heridas.
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