El Arte de Cuidarnos
- The Conniest
- 25 abr 2020
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 17 may 2020

Desde que Florence Nightingale sentó las bases de la Enfermería moderna, allá por la guerra de Crimea (5 de octubre de 1853 – 30 de marzo de 1856), en realidad lo que hizo fue desarrollar la observación y habilidades más bien femeninas, con aproximaciones en el método científico. Eran tiempos en que si bien, existía una medicina remota y emergente, el proceso en si que involucra el tiempo, el cuidado, la paciencia, el cariño, la empatía, la humildad, la dedicación orientada a la recuperación del bienestar, se desarrolló por mujeres que con escuálidos conocimientos de medicina, lograban calmar dolores, curar heridas físicas y emocionales, y acompañar el morir; sin dudas, un hermoso legado para la humanidad.
Con el avance de la disciplina, la profesionalización llegó de la mano de marcos teóricos superproducidos, donde unos más complejos que otros, cimentaron la base del cuidado como ciencia. No por poco, los románticos le llaman El Arte de Cuidar o La Ciencia del Cuidado, y qué frase más representativa del quehacer enfermero.
En mis años escolares de secundaria, tenía bastante presión respecto a elegir una profesión. En esa época, nos dividían según nuestros gustos y habilidades en electivos: Humanista, Científico y Matemático. Mi primera orientación fue el área humanista, principalmente por mis dotes de comunicadora; con el pasar de los meses, sentí un vacío respecto a lo académico, el aprendizaje de temas nuevos lo encontré lento, en realidad mi comprensión de lectura era débil, me di cuenta que no me gustaba leer, pero en cambio estudiar si me apasionaba, y tomé una gran decisión. Ciertamente yo ya me veía como periodista, hablando con panelistas acerca del acontecer político o escribiendo en el diario, pero me cambié de electivo. Y bueno, una cosa llevó a la otra, mi mejor amiga de ese tiempo escolar también era científica, estudiábamos mientras bailábamos axé en los recreos, estamos hablando de la época de Mekano y sus coreografías. Mis profesoras de Química y Biología, amadas para mí, me marcaron muchísimo, nos hacían sentir como universitarios en clases, nos preparaban para el primer año de universidad, y esa mentalidad fue de gran impacto. No recuerdo haber sido ñoña, en mi curso habían compañeros mejores que yo en cuanto a notas, pero si recuerdo que le ponía harto empeño, siempre fue así, desde los primeros cursos sentí que estudiando era la forma que tenía para abrirme al mundo, la otra era viajando, pero ese será tema para otro día. De una forma u otra, en el momento que tuve que rendir mi prueba de acceso a la universidad, en mi caso la PAA (Prueba de Aptitud Académica), lo tomé como un juego, como una posibilidad de entrar o no, pero no con demasiado compromiso; sin embargo, las realidades familiares son otras, y en mi caso, no hubo la posibilidad de un pre-universitario, ni de fallar. Una amiga de la familia que es de profesión matrona, me oriento a estudiar enfermería, según ella el campo laboral era bueno, y en efecto, en esa época, era el boom. Faltaban tantas enfermeras que era para regodearse, me dijo. Cuando recibí mis puntajes, dentro de mi hubo una pequeña decepción, estuve muy lejos del puntaje nacional, ni cerca en realidad. En mi colegio, daban mucho énfasis a ingresar a universidades tradicionales, era a lo que apuntaban, yo sentía que había decepcionado a medio mundo, quedé en Chuchunco City en la universidad de la última frontera y más allá, y para peor, en carreras que jamás había escuchado. Me sentí triste. Todo mi esfuerzo de años, se había ido al hoyo por falta de herramientas y una preparación adecuada. Como nadie de mi familia había entrado a la universidad, esto que yo estaba viviendo, en realidad lo estábamos viviendo todos, me sentí apoyada en ese sentido. Entonces, como la vida siempre cierra puertas pero abre ventanas, apareció la posibilidad de ingresar a una universidad privada, lo hablamos en familia y tomamos el desafío, mi papá me acompañó a primera hora a matricularme en Enfermería de la Universidad Andrés Bello. Yo sabía que era un esfuerzo mega gigante, el que creyeran en mí y me dieran la oportunidad de ser profesional, tenía una montaña de presión sobre mis hombros. Antes y ahora un poco menos, ser profesional te daba otro estatus, significaba cierto grado de seguridad económica y una vida feliz en términos generales, hoy la crianza permite visualizar otros rumbos de felicidad, y la realidad es que un futbolista, una modelo, y un/una influencer hoy en día ganan más dinero que alguien que dedicó tiempo y esfuerzo en estudiar, pero también lo hablaremos otro día. Cuando me llegó la invitación de la universidad a una reunión de estudiantes de la promoción 2003, mi corazón juvenil no podía de tanta emoción, estaba cumpliendo mi sueño de entrar a la universidad, y si bien no era como lo imaginé, en realidad eso importaba poco en ese momento. Me dieron un horario, unas asignaturas, unas siglas que yo no entendía bien, y una mesada para el transporte, debo decir que anduve en furgón hasta el último año de secundaria, por lo tanto comprenderán que a los 17 años, edad a la que entré a estudiar, mi mundo cambió del cielo a la tierra, la verdad es que ahora que lo veo en perspectiva, me siento demasiado orgullosa y agradecida de la oportunidad que me dieron mis padres, de poder estudiar, yo les respondí lo mejor que pude, pero me sentía en desventaja respecto a mis compañeras, era inmadura, soñadora e impulsiva. Mis compañeras de enfermería eran todas simpáticas, prontamente me hice amigas, y de eso se generó un grupo de estudio muy bueno, donde la casa de la Maca era la sede oficial, su familia es un amor, y teníamos todas las facilidades para quedarnos, quedaba en la Ciudad Satélite. Todo era distante y periférico, entre donde yo vivía y los lugares a los que iba; los buses interurbanos que salían de Estación Central fueron apañadores hasta siempre, eran literalmente unos buses, así que según el horario, si andaba de suerte y tocaba el bus vacío, te podías ir durmiendo plácidamente, o en su defecto estudiando, lo que era más común para cualquier estudiante.
En el primer año de la carrera, me di cuenta que en realidad no me gustaba tanto la enfermería, y que tenía la capacidad para estudiar medicina, fue otro golpe bajo ilusionarme con eso, cuando lo conversamos en familia creció una mínima posibilidad; sin embargo, la realidad era otra, era una carrera más cara, de más años, y mi hermano estaba terminando la secundaria, tenía que pensar en eso, así que no me quedó otra que ver de lejos a unas amigas saliendo de enfermería a cumplir sus sueños. Me concentré en disfrutar lo que tenía, como siempre me gustó estudiar, recuerdo que me pasaba las noches preparando alguna prueba, más tarde entendí que mi método de estudio no era eficiente, pero eso lo entendí muchísimos años después. Obviamente, todo no fue estudio, lo pasé demasiado bien, me volví una universitaria estudiosa pero con vida social. Todo un éxito.
Entonces me enfoqué en mi presente, si bien la enfermería no llenaba mis expectativas, sentía que era lo que había, y como tal estaba agradecida. Nunca me visualicé como enfermera, ni soñaba como mis otras compañeras siendo enfermera desde niña y nunca encontré mi vocación asistiendo a enfermos, era un amor platónico, que con el tiempo se volvió cariño y respeto a la labor. Recuerdo que la experiencia de ser universitaria fue una de las cosas que me han hecho más feliz en la vida, conocí un mundo nuevo que jamás imaginé, pero que desde siempre había pedido al Universo. En mi pequeña infancia, ya desde ahí me imaginaba que la universidad era una experiencia única y necesaria de crecimiento personal, y realmente así lo fue, visualizarlo me motivó a perseguir ese sueño.
Con los años siendo enfermera, me he desempeñado en diversos lugares, tanto público como privado pero siempre en el área de los Cuidados Intensivos. En mi promoción, habían compañeras muy estudiosas, muy inteligentes y con mucha actitud de enfermera. A mi me gustaba la Urgencia, y para el internado, había que postular según las notas, las mías no eran las mejores. Entonces vino el milagro de la vida, quedé en el Servicio de Urgencias del Hospital Barros Luco Trudeau, era el campo clínico soñado y más postulado. No lo podía creer. Era un tremendo reconocimiento a mi esfuerzo, y en ese momento yo no lo sabía. Pasar por ahí fue una experiencia de vida enorme, las personas que conocí, las situaciones de riesgo vital, yo estaba maravillada con lo que mis ojos veían, pero en realidad mi cuerpo estaba muy estresado, hice crisis de pánico, lloraba y estaba nerviosa todo el tiempo, pensaba que no iba a ser capaz de aprobar, fue terrible. Así como conocí gente amorosa, compasiva y empática, de a poco fui dándome cuenta de que también habían personas oscuras, maltratadoras y humilladoras, y que sumando al estrés del internado, se gatilló mi ojo rojo. Dicen que a muchos estudiantes se les desencadenan enfermedades autoinmunes durante el internado, a una amiga la diagnosticaron Dermatomiositis, estuvo hospitalizada y su vida cambió desde entonces; pero yo ni mi familia le dimos tanta importancia a lo mío, sino fuera porque un día de internado, presenté una jaqueca terrible, y el ojo izquierdo protuberado que era francamente visible, me llevaron a urgencias y me tomaron un TAC de cerebro con contraste, para descartar lo que el Neurólogo sin mucha anestesia me había dicho suelto de cuerpo, un tumor cerebral. Años más tarde, logré dar con el diagnóstico, el especialista y el tratamiento adecuado, es Escleritis secundaria a Mesenquimopatía, ANA (+) que por suerte no respondió a Metrotrexato porque estaba quedando calva y sin posibilidad de ser madre, y hoy soy feliz con mis 2 pastillitas diarias de Azatriopina y Prendnisona en colirio que me administro SOS, con eso logré controlar mis crisis a llegar a algunas esporádicas y a que me creciera mi cabello.
Mi yo enfermera cambió hace años, no literalmente porque sigo ejerciendo como tal, con toda la rigurosidad y el profesionalismo que corresponde, sino con la forma que solía ser cuando me vestía de enfermera e interpretaba el rol que llegué a extrapolar en mi vida personal. Gracias a un proceso interno de autoconocimiento y mucha auto-compasión, he aprendido mi camino personal del cuidado. Que tus propias células del cuerpo se pongan de acuerdo y decidan atacarse, y te enfermes de algún proceso autoinmune, no es obra gratuita, sino que es la somatización de un proceso largo de no aceptación, ese trabajo puede llegar a ser doloroso, profundo y extenuante, porque viene ligado a evidenciar sombras y patrones dañinos para ti, que evidentemente desconocías. Darse la oportunidad de explorarlos, es un enorme regalo para iniciar el camino del autocuidado.
Cuando estudias enfermería, te enseñan teorías, procedimientos, aspectos bioéticos y mucha mucha práctica e informes llamados PAE (Proceso de Atención de Enfermería) que son el detalle de la atención que desarrollamos con un usuario/paciente/cliente bajo un cierto tipo de estructura dada por la Asociación de Enfermeras gringas bacanes. Sin embargo, nadie te enseña todo lo que tienes que entregar de ti: horas de sueño, necesidades básicas como comer, tomar agua, ir al baño deben ser postergadas porque el paciente primero; tienes que aprender a liderar equipos sin tener la experiencia aún, a tomar decisiones vitales solo por el hecho de tener uniforme de enfermera, a manejar el estrés aún cuando estés desbordado, a manejar procesos dolorosos como la muerte y con el duelo, a lidiar con toda clase de personas y niveles de educación, a ser rápido y eficiente, ya que los errores no son algo menor y equivocarse puede provocar la muerte. Nadie te cuenta el detalle de este hermoso y sacrificado arte. Pero no es para todo ser humano, requiere mucha fortaleza y valentía, desarrollar lo que se llama cuero de chancho, para evitar andar sufriendo por los rincones, es un desgaste que tiene un costo muy alto a nivel personal, sobretodo para personas sensibles.
Como enfermera, he tenido la oportunidad de bagage profesional, he estudiado cursos y diplomados concernientes a mi profesión, he tenido excelentes referentes técnicos y humanos, de hecho recientemente me dispongo como voluntaria en una Fundación, donde se realizan operativos médicos y mi desempeño es más bien desde el punto de vista de la gestión. Estudiando la cantidad de cosas que he estudiado, al fin logré sacar mis certificados en las universidades que tanto anhelaba mi ego.
Estos años trabajando como enfermera he sido bastante feliz, si bien aún persigo mi vocación, como persona he crecido un montón y el trabajo arduo me ha dado el privilegio de poder concretar mis sueños. Hoy en tiempos de pandemia, estoy fuera de las canchas, por el tratamiento que tomo por mi enfermedad, soy grupo de riesgo, y he recordado lo que ha significado este viaje personal para ser quien soy; sin lugar a dudas, ser enfermera me ha determinado como persona, y cada día estoy trabajando por salirme de algunos constructos que tienen que ver con el deber ser de la enfermería más que conmigo, como el exceso de control, la exigencia y la estructura rígida, entre otros, tan útiles para los turnos pero que desmedidos hacen un cortocircuito en la relación con uno mismo y con los demás, lo cual es lo más lejano a lo que es realmente mi prioridad, el amor propio. Darme la libertad de ejercer sin culpas es todo un progreso, de hecho darse cuenta lo es, y esto último me ha permitido aprender que debo cuidarme a mi tanto como soy capaz de cuidar a otros, a tener autocuidado conmigo así como tanto lo aconsejo a los demás. El tema del Autocuidado, lo desarrollaré en profundidad en una próxima entrada, pero la idea que intento plasmar es que todos podemos aprender a desarrollar el arte de cuidar, tiene que ver con la relación que tenemos con uno mismo y con el otro, conectando y asimilando las necesidades desde el respeto al tiempo de cada proceso desde el amor.
Keys Words: Enfermería, Amor Propio, Autocuidado,
Comentários